Mototurismo: Cada kilómetro te maravilla
Amigos de Revista Moto, gracias por seguir atentos a este gran viaje de mototurismo sobre la V7 Stone 850 Centenario. Aquí les presento la tercera y última parte de esta increíble entrega del Guzzi Pacífico. La ruta no termina hasta que llegas a casa.
Es miércoles por la mañana. Después de visitar puntos importantes de Campeche, recorrer su centro y disfrutar de unas marquesitas, es hora de seguir. Podría decir que este trayecto ha sido poco demandante; la Moto Guzzi ha respondido a la altura. Con casi 20 mil kilómetros recorridos, por momentos parece que estoy cumpliendo un trámite.

Tengo la intención de rodar de Campeche a Mérida, un trayecto de menos de 253 kilómetros. La ruta es tranquila, a pesar de las construcciones en la zona, que son lo más tardado. No pasa mucho tiempo antes de llegar a mi destino. Una vez en Mérida, nos instalamos y programamos visitas obligadas al Paseo Montejo, además de disfrutar de una merecida comida en La Pigua: ¡Gracias a Rulo por la recomendación!
Al día siguiente, visitaremos la zona arqueológica de Chichen Itzá y el exconvento de San Antonio de Padua. Rodar por estos sitios es placentero y cada kilómetro te maravilla; sin embargo, en la zona arqueológica, el ambiente cambia, ya que por la temporada está llena de turistas, locales y extranjeros. Afortunadamente, el sitio es lo suficientemente grande como para que la multitud se disperse entre la grandeza y majestuosidad del recinto.

Decido conocer Izamal, caminar por su exconvento y disfrutar de algo que poco he podido hacer durante este viaje: sentarme a disfrutar de una nieve, ver pasar a la gente y las nubes, y descubrir lo afortunado que soy de llegar a estos lugares sobre una moto. Hacerlo en la V7 le da un toque especial, pero cualquier moto tendría su magia.
Paro en Valladolid. Lo mejor de estas distancias es que no son tan largas y al ritmo de la V7 todo es perfecto. Mientras más conozco del sureste, más ganas tengo de quedarme aquí. Son lugares tranquilos y con gente amable, y la comida es uno de los aspectos más destacados de la región: sopa de lima, cochinita de cerdo negro, papadzules, agua de melón, y más sopa de lima, todo es irresistible. ¡Qué afortunados somos de tener todo esto!

Ha llegado el fin de semana. No llevo prisa, aunque tengo que encontrarme con mi amigo Zola, en Puebla. Mientras tanto, aún me quedan muchos kilómetros por recorrer en solitario. Si tienen la oportunidad de hacer este tipo de viajes, háganlo acompañados. Es difícil encontrar un buen compañero de ruta, pero cuando lo hagan, valorarán más estos viajes, que se disfrutan aún más cuando se comparten. Al fin y al cabo, somos seres sociales y la visión de un viaje cambia cuando se comparte.

El viaje está por terminar. El viernes por la mañana salgo con un poco de nostalgia de Mérida, tras unos días maravillosos. Al mirar hacia atrás, me doy cuenta de que la travesía está por concluir. Aunque quisiera quedarme en Mérida, debo enfrentar lo más complejo del viaje: regresar. Por momentos me siento en un bucle, en el que, aunque sigo rodando y siento que no avanzo. Después de visitar varios lugares, me dirijo hacia Tulum para pasar la noche, y al día siguiente aprovecho el tiempo para estar en Chetumal. Es una ciudad más tranquila que Cancún o Mérida, y su cercanía con la zona libre y la frontera con Belice le da un toque especial. Sin duda, rodar por la península es una experiencia única; desde Campeche hasta Chetumal hay mucho que ver y hacer, y nunca hay tiempo suficiente.

En la Laguna de los Siete Colores la vista es magnífica. Decido quedarme un buen rato para disfrutar del paisaje y reflexionar sobre el viaje. Incluso estoy disfrutando del calor.
Finalmente, me quedo en Chetumal. Por la temporada y la falta de reservaciones, paso por algunos hoteles donde me hospedé hace más de 15 años. Algunos siguen en pie, otros ya no existen. Esta ruta también ha servido como un reencuentro con el pasado, para actualizarme con los cambios que nos impone el tiempo.

Chetumal está desértico, sin tráfico y con poca gente en el malecón. No sé qué sucede, pero para mí está perfecto. Menos es más. Encuentro un buen lugar para quedarme, el calor me agota y decido descansar en el hotel. Me quedo dormido y despierto con un hambre feroz. Busco un lugar para comer mientras el atardecer se acerca. Si no fuera por el hambre, probablemente seguiría dormido.
En Chetumal descubro que la vida cobra más fuerza por la noche. Al caer el Sol, el malecón se llena de actividad: niños jugando, familias disfrutando. Aprovecho para comer una marquesita, y nuevamente estoy solo entre la multitud, observando, siendo testigo del paso del tiempo. No sé cuándo volveré a pisar esta tierra, quizás pronto, o tal vez pasen otros 10 años. No lo sé.

Me quedan unos días más para concluir el viaje. Rodar en solitario me está pasando factura; cada día lejos de casa me siento más nostálgico. Sé que tarde o temprano regresaré, pero la fuerza del corazón me hace sentir la necesidad imperiosa de volver.
El domingo por la mañana visito por última vez el malecón de Chetumal. Todo está calmado. Intento volar el dron, pero hay una restricción debido a la cercanía del aeropuerto. En mi casco suena una canción que dice: “Procuro olvidarte, siguiendo la ruta de un pájaro herido. Procuro alejarme de aquellos lugares donde nos quisimos”. El regreso a casa será nostálgico.

Ya que estoy en el Caribe, es buena idea rodar hasta el Pacífico, pero primero paso por el Golfo de México y, en menos de dos días, habré estado en tres costas diferentes. Sin pensarlo mucho, me subo a la moto y empiezo a rodar. Aunque todavía tenía tiempo, no bajo a Palenque, Chiapas, por cuestiones de seguridad.
Así ruedo de Chetumal a Coatzacoalcos. Tramos de carretera libre, tramos de autopista. La V7 se siente más cómoda, rodando al ritmo al que la acostumbré durante el Guzzi Pacífico. Es una gran moto, y tras más de 21 mil kilómetros sobre ella, no tengo dudas.

Si miramos el mapa, puede parecer un trayecto considerable, pero a eso de las 17:45 ya estoy disfrutando de una comida a la orilla del mar. En mi casco suena una canción diferente a la de la mañana en Chetumal. Quizá mi perspectiva del viaje esté alterada.
La ciudad petrolera de Coatzacoalcos tiene un movimiento particular. Caigo en cuenta de que es lunes, por eso todo el mundo parece tener prisa. Yo sólo tengo prisa por subirme a la V7 y rodar hacia el Pacífico, a la Costa Grande de Guerrero, en Coyuca de Benítez.

La mayoría de los kilómetros de esta ruta ya los conozco. Desde Coatzacoalcos me dirijo hacia Puebla, donde me encuentro con un amigo para comer. Desde allí, el trayecto hasta Coyuca es un trámite, donde no puedo permitirme detenerme ni quedarme sin gasolina. El trayecto pasa como si nada, y nuevamente el sol acaricia mi casco.
Me conforta saber que estoy a unos pocos kilómetros de mi familia. El viaje casi termina, pero la aventura continúa.
Soy Alex Lara, de Motoruta México. Nos vemos en el camino.
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