El día que una moto hecha con motor Citröen y cachos de un Renault 5 Turbo plantó cara a BMW y su motor bóxer. Casi lo consiguen
En el mundo de las motos, hay historias que suenan a ciencia ficción (mecánica). Una de ellas es la de la BFG Odyssey, una moto francesa de los años ’80 que nació con una ambición tan descomunal como su peso: plantar cara a BMW usando un motor de coche, y no cualquiera, sino el bóxer de cuatro cilindros del Citroën GSA.
La idea surgió en 1982 de la mano de tres ingenieros franceses: Louis Boccardo, Dominique Favario y el Dr. Thierry Grange. Desde La Ravoire, un pequeño rincón cerca de Chambéry, soñaban con una motocapaz de fusionar lo mejor del mundo del coche y la moto. Y lo hicieron… Más o menos.
Plantar cara a BMW: reto imposible
La BFG (acrónimo de los apellidos Boccardo, Favario y Grange) fue bautizada con el nombre comercial «Odyssey», que ya dejaba entrever que no iba a ser un viaje corto ni sencillo.
En su interior latía el corazón de un coche, literalmente, de un Citroën: un bóxer de cuatro tiempos, refrigerado por aire, de 1.299 cc, con 70 CV y 105 Nm de par máximo.
Traducido al idioma del asfalto: potencia de sobra, pero también kilos para aburrir porque venía de un coche… Y era para un coche, no para una moto. Así que la Odyssey pesaba 290 kilos en orden de marcha, lo que la convertía más en un transatlántico de dos ruedas que en una deportiva ligera.
Más allá del motor, la Odyssey tenía otros guiños interesantes al mundo del automóvil. Por ejemplo, parte del cuadro de instrumentos venía directamente del Renault 5 Turbo II (el mítico hot hatch), y la caja de cambios servía como elemento estructural del chasis. El bastidor, hecho en acero al cromo-molibdeno, era robusto y aportaba una rigidez que se agradecía a altas velocidades.
La suspensión delantera era una horquilla Marzocchi con 175 mm de recorrido, mientras que detrás montaba un sistema tipo brazo oscilante con 120 mm. Y para frenar aquel bicho de casi 300 kg, se recurrió a discos Brembo en ambas ruedas. La tecnología no era mala sobre el papel… La ejecución acabó siendo otra cosa bastante desastrosa.
Con toda esta ingeniería, la BFG se comportaba de manera bastante decente a altas velocidades, donde su estabilidad y aplomo brillaban. Era una moto pensada para viajar, cómoda, con un carenado generoso que protegía del viento (y de las críticas), y con una velocidad punta superior a los 200 km/h.
Pero había letra pequeña: en ciudad o en curvas cerradas, maniobrarla era casi un castigo, y el embrague seco de un solo disco exigía un antebrazo de culturista. Así que la rival a plantar cara a BMW, realmente no lo fue nunca.
Pese a todo, la Odyssey tenía personalidad. Y eso, aunque no garantiza ventas, sí deja huella. De hecho, los fundadores lograron vender cerca de 400 unidades antes de que el proyecto fuera absorbido por Motobécane (luego rebautizada como MBK) en 1984. Allí se fabricaron unas 150 más hasta 1988, momento en el que la historia de la BFG se detuvo para siempre.
Imágenes | BFG
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Tomado de https://www.motorpasionmoto.com/