La madre de todas las multas se la ha llevado este motero que irá a la cárcel por hacer caballitos y tapar su matrícula a 190 km/h en medio de la ciudad
A veces parece que ciertas historias solo ocurren en vídeos virales: un motorista que cree que la carretera es su pista privada, una matrícula que no existe y un plan tan torpe como peligroso.
Pero esta vez no hablamos de ficción. Hablamos de un hombre que decidió convertir varias carreteras del norte de Gales en su territorio personal, y de cómo el Estado se cansó de jugar a perseguir sombras. Ah, y de cómo le ha acabado llegando su San Martín: la madre de todas las multas… Y lo que no es multa también.
Un motorista convertido en fantasma de carretera acaba pagando todas sus locuras
Todo empezó con un detalle que no encajaba: la misma moto captada por cámaras distintas, con matrículas diferentes, circulando a velocidades incompatibles con cualquier atisbo de prudencia. El piloto, un británico de 33 años, llevaba semanas repitiendo el patrón: acelerones salvajes, adelantamientos sin sentido y un despliegue de imprudencias que lo ponían en el radar de todo el que trabajaba en tráfico.
Las cámaras lo detectaron rebasando límites de 50 a cifras que rozaban los 190 km/h. No era un despiste ni una calentada puntual: era repetición y un intento más que obvio de borrar su rastro usando matrículas dobladas/falsas. Y cada pasada sumaba puntos… Pero no precisamente en su favor. Aunque eso no lo sabía, todavía.
Cuando las autoridades comprobaron que las matrículas no correspondían a ningún vehículo real, montaron un operativo discreto para interceptarlo. Nada hollywoodiense: un control, un par de accesos vigilados y la esperanza de que el tipo picara. Y picó. Vaya que si lo hizo. Lo que siguió fue una escena que ningún agente quiere ver: semáforos ignorados, maniobras imposibles y una huida improvisada por la acera para intentar esquivar el dispositivo. Un pequeño caos de segundos que pudo haber terminado mucho peor.
La fuga no fue épica. Fue corta. Tras dejar la moto escondida en una zona de caravanas, intentó desaparecer. Pero la presión, el cerco policial y la evidencia acumulada hicieron el resto. Se presentó al día siguiente en comisaría, consciente de que ya no había escapatoria posible.
En el juicio, su defensa trató de justificar la conducta alegando impulsividad y problemas de atención. El tribunal no entró en esa vía. El magistrado le recordó, con frialdad pero con lógica, que una maniobra así podía haber acabado con un peatón muerto o con él mismo estampado contra un vehículo que simplemente hacía un giro normal.
La sentencia fue clara: 21 meses de prisión. Casi dos años de cárcel. Y un añadido que pesa casi tanto como la condena: no volverá a coger una moto hasta dentro de 46 meses, y cuando llegue el día tendrá que superar una prueba extendida más dura que la habitual.
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