Moto del día: Yamaha DT50 R
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La Yamaha DT50 R siempre vivió en un territorio extraño. Era un ciclomotor, sí, pero nadie la miraba como tal. No tenía el aura macarra de las supermotard de 50 ni la estética afilada de las deportivas con motor AM6. La DT iba por otro camino: quería ser una enduro real. Con su depósito grande, su altura intimidante para un chaval de 15 años y unas proporciones copiadas directamente de una 125, más de uno se llevó un susto la primera vez que la vio en el concesionario. La sensación era la de estar ante una moto “de mayores”, pero con matrícula amarilla.
El nombre DT50 lleva entre nosotros desde 1978, cuando apareció la DT50 M, un modelo que en Francia llegó a tener incluso un cambio automático. Sin embargo, la versión R –de road, un guiño a su uso polivalente también en carretera– llegó en la década de los 80, para finales. De hecho, se podría decir que la DT50 R –3MN– era un modelo totalmente nuevo, pues ya no tenía tantas cosas en común con el modelo de 80 centímetros cúbicos y perdía algunas capacidades todoterreno en favor de un posicionamiento más polivalente y usable en el día a día.
Su planteamiento técnico no engañaba. El motor Minarelli AM6 era el mismo que conocíamos de media Europa, un bloque resistente, sencillo de tocar y con esa personalidad de dos tiempos que te convertía cualquier camino corto en una excusa para ir siempre a tope. La potencia estaba limitada, como correspondía a la normativa de ciclomotores, pero la entrega seguía siendo viva y muy aprovechable. Para un chaval, aquello era más que suficiente: en primera y segunda parecía que el mundo se movía muy rápido.
Donde la DT50 R marcaba diferencias era en el chasis. Yamaha no se limitó a poner guardabarros altos y ruedas de tacos; la moto tenía una estructura que realmente invitaba a meterse por pistas, senderos y zonas rotas, aunque, como se ha comentado, su margen de uso era más amplio que en sus antecesoras. La postura era natural, el manillar ancho, la suspensión delantera tragaba con ganas y la trasera, sin ser sofisticada, cumplía más que de sobra para un uso real de iniciación. No era una enduro pura, ni lo pretendía, pero sí una excelente escuela para aprender a llevar una moto de campo sin que la moto te pusiera en aprietos.
Para finales de los años 90, la DT50 R sufrió cambios que la diferenciaron notablemente de las versiones anteriores, sobre todo en el apartado técnico. Por ejemplo, en 1997 se montó el motor Minarelli AM& refrigerado por líquido y una caja de cambios de seis relaciones.
No tenía el carisma de las Derbi Senda o las Rieju de última hornada, y eso la relegó a un papel más discreto.
Aun así, la DT50 R tiene su público. Gente que buscaba algo con pinta de enduro de verdad, sin postureo y sin complicaciones. Una moto noble, capaz, fiable y sorprendentemente divertida si la llevabas donde tocaba: caminos, curvas lentas, mucha tierra y poca vergüenza. Hoy empieza a ser un cacharro con encanto, de esos que miras en Wallapop y piensas: “Pues igual recuperarla tendría su gracia”.
La imagen principal es de una unidad subastada por Mecum
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