El incurable vicio de las motos: «Reflexiones domingueras de un petrolhead»
Ocurrió una mañana de domingo mientras ojeaba varios ejemplares de “Las Mejores Motos del Mundo”, el especial que publicaba en su momento La Moto, la antigua y extinta revista mensual de Motociclismo dirigida en aquellos tiempos por el siempre omnipresente Cesar Agüi.
Mi mente volaba a la misma velocidad que algunas de las maravillas allí mostradas en forma de imágenes: Mondial Piega, MV Augusta Senna o la recién estrenada Kawasaki ZX-10R de 2004, estaban entre aquellas adelantadas superbikes de comienzos de este siglo.
Un compilado de modelos a cada cual más exclusivo y apetecible. Motos a su vez convertidas de facto en objeto de deseo de cualquier aficionado que, en su genética, tenga la suerte (mala o buena, según se mire) de portar el fatídico gen del Petrolhead.
Como ya supondrá más de uno, de las revistas pasé directamente a las principales webs de anuncios de motos, echando un ojo a verdaderas joyas a la venta, algunas de ellas ubicadas incluso en mercados internacionales. Modelos, por otro lado, prácticamente imposibles de conseguir en nuestro país. Cosas de ser un sibarita de las dos ruedas.
Una pasión incontrolable y siempre latente
Sin embargo, en cada anuncio que cliqueaba se terminaba generando una sensación de mayor desasosiego en mi interior. Un sentimiento que para nada era nuevo, y que ya conocía en primera persona desde años atrás. Querer poseer un sinfín de modelos de moto a los que tienes mitificados en lo más hondo de tu ser, no es recomendable para la salud. Para nada.
Entre otras cosas porque eres consciente que, salvo ayuda divina en forma de pelotazo económico, bien por ser el afortunado ganador del sorteo de Euromillones, por ejemplo, o porque recibas una herencia millonaria que no esperabas (no suele ocurrir, ni una cosa ni la otra, creedme) jamás lograrás hacerte con todas esas bellezas con las que llevas soñando desde que apenas tenías uso de razón, ni aunque vivieras tres vidas más.
Luego te queda una tercera opción. Esta no es otra que la de poner a la venta aquellas compañeras en forma de moto que actualmente cohabitan en tu garaje y con lo que recaudes, intentar adquirir alguna de esas máquinas idolatradas y que tanto ansías.
Sin embargo, la experiencia, que a partir de cierta edad se convierte en grado, te dice o mejor dicho, te grita que, si en última instancia tu plan “pasionómico” llegua a buen puerto, pasado un tiempo, volverás a estar en la misma disyuntiva que te llevó hasta ese mismo momento donde empezó todo.
Además, suele suceder que, tras vender alguna o la totalidad de tus motos, terminas experimentando una extraña sensación similar a la de que te sustraigan algo de lo que nunca te hubieses desprendido, si no fuera porque necesitas la pasta para cosas de primera necesidad… ¿No os ha pasado?
Esto es algo que se da de manea natural cuando tu montura es para ti, mucho más que un compendio técnico conformado de diferentes materiales con el objetivo final de convertirse en un simple medio de transporte. Todo ello sin contar que precisamente esa es la máquina otrora, siempre añoraste tener y ahora resulta que ¡es tuya!
Es precisamente en ese momento, llegados a este grado de entendimiento, cuando comprendes de manera tajante y definitiva que da igual la moto que termines comprando, porque muy probablemente nunca estarás conforme del todo. Y aquí se dan diferentes factores tan dispares como su valor económico, o el propio uso para el que haya sido diseñada.
En definitiva, debemos de ser conscientes, que nuestro grado de felicidad en relación con la moto que poseemos, viene dado por la sintonía que llegas a establecer con ella cada vez que tienes el privilegio de ponerte a sus mandos. Si no hay conexión entre ambos, nada de lo anterior te hará sellar tu amor y protección para con ella por los restos.
Quizás es por eso que nos pasamos media vida comprando motos y la otra, vendiéndolas. Al menos una parte de la afición, la cual tenemos un vicio incurable por esto de las dos ruedas. Sin embargo, hay un momento en que tu media naranja motoril asoma el morro y ya no hay vuelta atrás. Todo indica que ha llegado para quedarse.
Y entonces un domingo cualquiera comprendes, pero sobre todo asumes, que nunca es suficiente y que quizás, solo quizás, haya llegado el momento de asentar la cabeza y disfrutar de manera plena de lo que tienes, sin previsiones o agobios por renovar el parque móvil a corto o medio plazo.
Porque uno no debe olvidar un aspecto relevante en todo este asunto: Una vez esa que ahora quieres vender para comprarte otra montura que siempre tuviste entre tus futuribles, fue precisamente la otra que añorabas tener justo antes de cambiarla por la que ya tenías en su momento, ¿cierto?
Pues recordad, es probable que terminéis acordándoos de ella. Ya sea por su potencia, su suavidad, polivalencia o simplemente por lo bien que luce cada vez que, tras disfrutar de sus bondades, la aparcas en el garaje y, justo antes de bajar la puerta de este, no puedes evitar volverte a mirarla con la mirada encendida.
Tomado de https://soymotero.net/






