Monociclos a motor. El invento diabólico
Engendro consistente en una enorme y solitaria rueda a la que se se encaja un motor y el piloto en su interior. Así podríamos definir a los monociclos a motor, un invento que surgió en el último tercio del siglo XIX y que ha logrado susbsistir hasta hoy día, aunque de forma anecdótica.
En un primer momento estas grandes ruedas propulsadas lo hacía mediante tracción animal, ya que era el mismo piloto el que debía pedalear para mover el artefacto. Pero como todo evoluciona, la vertiginosa carrera industrial de finales de la centuria pronto impulsó las primeras ruedas con motores a vapor y más tarde de gasolina.
Tanto es así que en las primera décadas del pasado siglo, los modelos se sucedían uno tras otro, impulsados por motores, por animales e incluso alguno hubo que empleaba hélices como las de un avión.
El monociclo a motor se convirtió en una especie de tendencia – marginal, eso sí – entre las guerras mundiales, cuando las múltiples ideas acerca de la movilidad parecían todas una promesa de futuro. Se desarrollaron docenas de variedades a lo largo de los años de las que hoy apenas quedan algunos ejemplos curiosos en museos o en las fotos de antiguas revistas de época.
El principio básico de los monociclos a motor es fácil de entender: se construye una rueda lo suficientemente grande y puedes poner un piloto dentro de ella junto con un motor para hacer avanzar todo el conjunto.
Las primeras versiones presentaban varias combinaciones de motores (gasolina, electricidad, pedales) y en algunos casos se anunciaban velocidades de hasta 150 km/h.
En realidad era más publicidad que posibilidad real, pero eso no fue obstáculo para que en algunos casos llegaran a popularizarse como excéntricos artefactos para valientes.
Más inconvenientes que ventajas
Sea como fuere, se trataba y se trata (todavía existen algunos fabricantes hoy en día empeñados en cabalgar a una sola rueda) de un medio de transporte precario. Además del grado obvio de exposición y el estrecho punto de equilibrio, según el modelo (algunos incluso montaban pequeñas ruedas de equilibrio), los pilotos debían aprender a usar los pies sobre el asfalto para contrarrestar la inclinación de la rueda. Además, si no se conseguía un grado de estabilidad suficiente o el conductor era demasiado brusco con el acelerador o el freno, acabar tumbado sobre el asfalto era una probabilidad más que segura.
Por lo visto hubo modelos que llegaron a hacerse populares en Europa, especialmente en Italia y Francia a finales de los años 20 y 30, y también se fabricaron en los EE. UU. Sin embargo, después de las diversas versiones manuales del siglo XIX y las diferentes versiones motorizadas creadas durante la década de 1930, el interés por monociclos a motor parece que fue diluyéndose. Quizás no eran del todo seguros o quizás funcionaron mejor otras ideas que apostaron por mayor número de ruedas como el automóvil y la motocicleta.
Aun así, no han dejado de aparecer nuevos modelos. Puntuales, escasos, anecdóticos, pero constantes. Puede que la idea romántica y descabellada de fundir hombre y rueda en su mínima expresión continúe ahí por los siglos de los siglos.
Algunos ejemplos más…
Tomado de solomoto.es