Crítica de Roger Waters: The Dark Side of the Moon Redux
Siempre polémico y controvertido, a sus recientemente cumplidos ochenta años de edad y con el brillo que se desprende desde la recién estrenada reinterpretación de uno de los grandes íconos de la música, el maestro Roger Waters no va a hacer más que incrementar tanto la veneración ante su capacidad de sorprender, así como ese halo de negatividad que como aceite hirviendo algunos vierten sobre él y su reivindicativa e intransigente fórmula de entender un mundo que sigue alimentando tanto a sus más externadas inconformidades como a sus más internas y solidas convicciones.
Dichos valores extiende sin tapujos sobre todo aquel que se le ponga a tiro, unas reivindicaciones que le han llevado a ser tan odiado como venerado y que con la, a la vez, valiente y alocada edición de este álbum, Roger va a conseguir seguir siendo para unos ese héroe que flotando sobre su pedestal continúa agrandando su historia. Por el contrario, para otros, incrementará exponencialmente la mordacidad con la que se convierte en el blanco de unos detractores que ante este álbum seguirán haciendo crecer su desgarrador y defensivo frenesí a lo que es la memoria e historia de una banda cuyo respeto, capacidad y calidad están fuera de toda duda. ¿También debe estar blindada a cualquier remodelación? ¿Qué pasaría si Dave, Rick o Nick decidieran hacer su propia versión del cincuentenario álbum?
Y es que si alguien espera que ‘Redux’ sea un reflejo reconstruido o un refrito actualizado del ‘Dark Side’, su sorpresa va a ser agria y mayúscula. Sin embargo, para los que puedan prever una personal, crítica y muy madura reestructuración de esa obra, que con sus más de 50 millones de copias vendidas ha llegado a situarse en el podio de los discos más coleccionados de la historia, pues sí, han dado de lleno en la diana.
En su interior, ‘Dark Side of the Moon Redux’ contiene la antagonista dualidad que surge entre la creatividad y la irreverencia, ya que, como remarcaba Waters previamente a esta edición: “He hecho una obra desde la perspectiva de un hombre de 79 años creada cuando tenía 29”. Nos descubría, del mismo modo, uno de los motivos que le ha llevado a realizar este álbum con unas palabras lapidarias: “Dave, Rick, Nick y yo éramos muy jóvenes cuando lo hicimos, y cuando echas un vistazo al mundo que nos rodea, ves claramente que el mensaje del contenido no ha quedado, es por ello que he querido reproducirlo pasados cincuenta años, ahora desde la visión y experiencia de un hombre de 80 años”.
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Si bien estas frases podrían aclarar el concepto del porqué del álbum, seguro que la escucha será algo más conflictiva de entender, ya que, musicalmente hablando, ‘Redux’ es una amalgama de contradicciones. Por una parte, estará la similitud melódica que existe en las partes clásicas de los temas más emblemáticos, mientras que por otra, están esas reinterpretaciones que Roger hace.
No hablamos tan solo de gran parte de la psicodélica plasticidad que el álbum contenía, y que al igual que los solos y los dispendios roqueros han sido sustituidos por amplias ambientaciones a base de maximizar las líneas de bajo y los rellenos de fúnebres elucubraciones vocales, sino también por la escisión y sustitución de elementos instrumentales por partes de chelos o el sonido Hammond, sustituto de los pasajes que Alan Parsons inyectó con sus sintetizadores.
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Existe además un cambio en el contenido de algunas de esas letras escritas en su totalidad por Roger y que en la actualidad sí guardan relación en su concepto. Todo ello logra destapar el tarro de la ignominia, lo que nos lleva a esa lucha interna por la búsqueda de lo que conocemos y queremos escuchar contra lo que escuchamos y no encontramos.
Si el original ‘The Dark Side Of The Moon’ estuvo basado en conceptos como las enfermedades mentales (en clara referencia al deterioro que Syd Barrett sufría en su capacidad cognitiva y que ahora son una cada vez más evidente causa de preocupación), a la avaricia (qué decir de la casta política, los banqueros y de los especuladores que por sentir un mayor peso en sus bolsillos son amantes de la traición), al envejecimiento (degradación contra la que narcisísticamente se lucha sabiendo que, al final, siempre se va a perder), y la muerte (ese amargo último paso que egoístamente lloramos por nosotros mismos al saber que físicamente no tendremos más a nuestro lado a quien hemos querido).
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Ahora, en esta revisión la personal perspectiva sigue manteniéndose, pero bajo una reinterpretación a la que hay que estar dispuesto a entender de una forma no tan clara y evidente, sino que hay que hacerlo escudriñando entre la filosofía que hay en unos pasajes que ampliamente se alejan del original.
Entre los diez momentos del álbum podemos encontrarnos con un inicio tranquilo y ambiental, incluso algo bucólico, traducido en la manifestación recitada de «Speak to Me», a la que se le suma la más dimensionada y letárgica osadía de un «Breathe» en la que la cansada y entristecida voz de Waters cambia en sus términos por la letra que dedicó a su fallecido padre en el single de 1972 «Free Four».
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En estos primeros pasajes recitados ya podemos comprobar que Roger se salta todos los estamentos instrumentales y, sobre todo, obvia esos conceptos psicodélicos que caracterizaron a la formación, bases que quedan más que desprendidas en los cavernosos dispendios de «On the Run» y, sobre todo, en ese adelanto de un marchito «Time» con el que Roger dejó claras las intenciones de no imitarse a sí mismo y reconducir a su terreno lo creado cincuenta años antes.
En un concepto más entendible, pero igual de apesadumbrado, aunque repletos de matices ambientales nos encontramos (o chocamos) con esas perlas negras en las que se convierten «The Great Gig in the Sky» y otro de los adelantos de Redux que fue el mítico «Money».
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En este momento del álbum podemos haber sentido la desfiguración de una obra maestra o haber disfrutado de la amplitud y diversidad que de una forma muy particular Roger propone. Si esa segunda opción es la que ha prevalecido, sin duda «Us and Them», la antiortodoxa «Any Colour You Like» y la asimetría de «Brain Damage» seguro que serán plato a paladear lenta y distendidamente. En caso contrario, el resultado será el astillante dolor de comprobar cómo una obra maestra se descompone y recompone a capricho de uno de sus creadores.
Llegando al final nos encontramos con “Eclipse”, tema cuyo título Pink Floyd eligieron como alternativa al que debiera haber sido originalmente, ‘The Dark Side Of The Moon: A Piece For Assorted Lunatics’. Dicho título fue inicialmente descartado, ya que otra banda ya había propuesto ‘The Dark Side Of The Moon’ como título a uno de sus discos (Medicine Head, 1972), pero el fracaso comercial de este extrañamente hizo que Pink Floyd decidieran quedarse con el título original acortándolo. Fue así cómo uno de los discos más vendidos de la historia consiguió un nombre tan emblemático como reconocido e imprescindible en contra del de la canción que de manera concordante con el resto cierra un álbum que puede amarse si se interpreta desde el sentido que la prodigiosa e irreverente mente de Roger Waters ya nos anuncia.
De esta manera prescindimos casi en su totalidad de cualquier elemento instrumental del pasado, incluyendo en ello a sus excompañeros, causa de la que ya nos advierte tanto él mismo como lo hace con una bizarra portada que sustituye a la magnífica inflexión lumínica del prisma que decora el original.
Roger Waters vuelve a sorprendernos mostrándonos otra parte de la cara oculta de la luna, ahora nos toca a nosotros disfrutarla u odiar su escucha en formatos que incluyen hasta una edición en cassette dorado.
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Tomado de https://mariskalrock.com