¿El doom metal está sobrevalorado?

En el vasto y a menudo ruidoso universo del heavy metal, el doom metal ocupa un rincón sagrado. Caracterizado por su lentitud aplastante, sus riffs cargados de fuzz y una atmósfera de melancolía cósmica, este subgénero es venerado por muchos como la forma más pura y pesada del metal. Pero, ¿es esta devoción un reflejo de su calidad innegable o una sobrevaloración de su fórmula? Para responder, debemos sumergirnos en lo que realmente define al doom.
La virtud de la paciencia y el peso sonoro
Argumentar que el doom metal está sobrevalorado es ignorar su impacto fundacional. El género no busca la velocidad, sino el peso y la resonancia emocional. Es una música que exige paciencia, que te obliga a sentir cada nota. Sus raíces se encuentran directamente en los riffs lentos y oscuros de Black Sabbath, particularmente en temas como “Black Sabbath” del álbum homónimo (1970), que estableció el paradigma de la pesadez.
Bandas como Candlemass llevaron esta oscuridad a nuevas alturas operísticas. Su álbum “Epicus Doomicus Metallicus” (1986) no solo bautizó el género, sino que demostró que la desesperación podía ser grandiosa. Canciones como “Solitude” no son solo lentas; son una meditación sobre la soledad, una proeza que muy pocos géneros pueden lograr con tanta intensidad.
Más allá de la fórmula: la complejidad sutil
Los críticos a menudo sostienen que el doom es monótono, que sus tempos lentos y sus estructuras repetitivas son signos de una falta de complejidad. Sin embargo, la verdad reside en la sutileza. El genio del doom radica en la manipulación del tempo y el tono, creando tensión sin necesidad de blast beats o shredding frenético.
Tomemos como ejemplo a Electric Wizard. Su álbum “Dopethrone” (2000) y canciones como “Funeralopolis” son densas y psicodélicas. Aquí, el riff no es un adorno; es el fundamento, la fuerza gravitatoria que arrastra al oyente a un estado hipnótico. La lentitud se convierte en pesadez, y la repetición en trance. Es una experiencia inmersiva que se aleja de la pirotecnia para centrarse en la vibración elemental del sonido.
El veredicto: un género de culto, no sobrevalorado
El doom metal nunca ha buscado el éxito masivo. Su naturaleza introspectiva y su ritmo deliberadamente lento lo han mantenido en un nicho de culto, y es precisamente esa dedicación al peso y la emoción lo que sus fans más aprecian.
Decir que está sobrevalorado es confundir su falta de velocidad con una falta de valor artístico. Bandas como The Obsessed con su álbum “The Church Within” o Sleep con su monolítico “Dopesmoker” demuestran que, en el doom, cada riff es una declaración de intenciones. El género no necesita la aprobación del mainstream; su valor reside en la profundidad de su sonido y su honestidad emocional. Es una de las experiencias más auténticas y visceralmente pesadas que el metal tiene para ofrecer.
Tomado de https://heavymextal.com/feed