Alguien le ha metido el motor de una Suzuki Hayabusa a una Honda de enduro. El resultado es simplemente demencial
Una Suzuki Hayabusa 1340 con unos 200 CV metida a martillazos en el chasis de una Honda CRF450. Soldaduras, radiadores imposibles, un depósito hecho a mano y cero margen para el error. Parece un chiste. Pero arranca, entra en tierra y, contra todo pronóstico, se mueve como una auténtica dirt bike.
La historia arranca con una Hayabusa que ya había visto de todo: dunas, nieve… Y una caída montaña abajo que la dejó para el arrastre. Todo menos el corazón: el motor sobrevivió dentro de su jaula antivuelco. Spears decide entonces convertir ese cuatro en línea de 1.340 cc en el alma de una Honda de campo.
Lo peor de todo es que el invento americano funciona
Para hacer semejante y surrealista proyecto, despelleja la CRF hasta el hueso (o chasis), corta la cuna inferior y convierte el propio bloque en pieza estructural, manteniendo la geometría original para que se sienta como una 450, solo que con cuatro veces más potencia.
El encaje es demencial. No hay sitio para un radiador de Hayabusa, así que adapta uno de cross más pequeño con bocas grandes y un ventilador añadido. La caja del filtro no sobrevive y abre hueco en el chasis para filtros; el depósito de gasolina de serie está oxidado por dentro, así que fabrica uno desde cero en chapa, reutilizando la bomba y el tapón con respiradero externo. Todo ello mientras apaña un mar de cableado para hacerlo convivir con mandos de manillar de dirt bike.
Las dudas obvias aparecen en cadena: reparto de pesos, alineación de transmisión, resistencia del chasis tras recocer el aluminio con la TIG, holguras y, sobre todo, el espacio mínimo entre el escape y la rueda delantera cuando la horquilla comprime. A eso súmale una estribera casi pegada al bloque que complica montar freno trasero y, de inicio, ausencia total de frenos operativos. También la panza: la distancia libre al suelo es escasa y cada piedra puede convertirse en un misil contra el cárter.
Con todo montado a base de pletinas, tubos y pasantes, llega la hora de la verdad. Arranca. Suena. Anda. Y en la primera tanda se merienda obstáculos de troncos, sube repechos y hasta se atreve con algún salto. El termómetro, eso sí, se pone al rojo: el ventilador no entra, el radiador se queda corto y el conjunto pide a gritos un sistema de refrigeración mucho más serio. La cadena, «más o menos» alineada, aguanta el tipo; el escape, peligrosamente cerca del neumático, amenaza con hacer de zapata si la horquilla hace tope. Es un shakedown de libro.
La conclusión es tan sencilla como adictiva: es una barbaridad, pero rueda. El chasis conserva ese tacto de enduro que Spears buscaba y la entrega de la Hayabusa convierte cada apertura de gas en una prueba de autocontrol. Ahora tocan iteraciones: rediseñar anclajes de estriberas y pedal de freno, montar un radiador grande con gestión de ventilador, revisar el routing del escape y afinar la línea de la cadena para no jugar a la ruleta rusa con el cárter.
¿Tiene sentido? Desde el prisma práctico, ninguno. Desde el de la cultura ‘garage’, todo. Es el experimento perfecto para comprobar hasta dónde puedes forzar los límites sin destruirlo todo en el intento. Un recordatorio de que, con talento, paciencia y un soldador, hasta una Hayabusa puede convertirse en el corazón desbocado de una moto de tierra. Y sí: no debería funcionar. Pero funciona. Y da miedo, del bueno.
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Tomado de https://www.motorpasionmoto.com/







