Hace 76 años el pique entre Vespa y Lambretta llegó a tal punto que inventaron un torpedo scooter que se ponía a 200 km/h. Ahora es una joya de museo
En la Italia de la posguerra, Lambretta y Vespa no solo competían por llenar las calles: también se retaban por la gloria de la velocidad.
De esa rivalidad nacieron máquinas imposibles, mitad scooter, mitad cohete, que pusieron a prueba los límites de la ingeniería… Y, por qué no decirlo, del sentido común también.
De un scooter de serie a récord mundial
Todo empezó en 1949. Innocenti, fabricante de la Lambretta, decidió demostrar que su modesto scooter de 125 cc podía ser algo más que un vehículo urbano. El ingeniero Pierluigi Torre lideró el proyecto: una Lambretta modelo A ligeramente modificada, con mejoras en refrigeración, depósito y compresión.
En febrero de ese año, sobre la autopista Roma–Ostia, la moto consiguió 13 récords mundiales en categorías de 125 y 175 cc, rodando a casi 95 km/h de media. En marzo, repitieron hazaña en el circuito de Montlhéry con 33 nuevos récords y medias superiores a los 100 km/h. El scooter se había convertido en un símbolo de fiabilidad y orgullo técnico italiano.
Y claro, nació la guerra con Vespa. Los resultados provocaron una reacción inmediata en Pontedera. Piaggio no podía permitir que su rival se adueñara de los titulares, y respondió con su propia Vespa de récord. Durante dos años, ambas marcas convirtieron sus talleres en auténticos laboratorios de velocidad, alternando victorias y derrotas en Montlhéry.

En 1950, la Lambretta alcanzaba 142 km/h; en 1951, Piaggio contraatacó con una Vespa especial que superó los 170 km/h. Era una guerra simbólica, pero también publicitaria: demostrar cuál era el scooter más rápido del mundo equivalía a conquistar el mercado.
Entonces, nació el torpedo. Innocenti subió la apuesta con el torpedo: una carrocería cerrada y afilada, chasis multitubular, suspensiones de serie y un motor sobrealimentado por un compresor de origen aeronáutico. Romolo Ferri fue el encargado de pilotarlo en la “fettuccia di Terracina”.

El 14 de abril de 1951 alcanzó 189,9 km/h en el kilómetro lanzado y 187,5 en la milla. Un mes después, ya en Alemania, el mismo torpedo cruzó la barrera de los 200 km/h. El pequeño monocilíndrico de Lambretta, alimentado con una mezcla de gasolina, alcohol y éter, se había convertido en una auténtica bala plateada.
El ingeniero Torre, siempre inconformista, modificó el compresor y aumentó la presión a 1,5 bares. El resultado fue aún más espectacular: 201 km/h oficiales y registros de hasta 320 km/h en el velocímetro. Una cifra probablemente exagerada, pero suficiente para sellar la leyenda.
El misterio del último torpedo. Durante décadas, nadie supo qué fue del vehículo. Hasta que el coleccionista Vittorio Tessera lo localizó en una subasta en París. “Lo dejaron en la sala de conferencias de la fábrica junto al certificado de 200 km/h”, cuenta.
Al examinarlo, Tessera hizo un descubrimiento: el torpedo que conserva no es exactamente el del récord. “Es similar, pero no idéntico. Probablemente una tercera versión creada para superar los 200 km/h, aunque nunca llegó a rodar. Es el que siempre se exhibió en la fábrica como símbolo del récord.”
El final de una era. Cuando Lambretta y Vespa comprendieron que los clientes querían fiabilidad más que velocidad, las carreras dejaron paso a la producción masiva. Los torpedos quedaron guardados, convertidos en reliquias de una época en que dos scooters soñaron con volar. A día de hoy, el torpedo de Lambretta sigue expuesto en el Museo de Scooters de Vittorio Tessera.
Imágenes | Lambretta
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